El fantasma de la mujer desnuda
18/oct./2010
La silueta pasó como un celaje y se perdió entre los árboles y la construcción aledaña al parque. El aroma tenue y dulzón prevaleció en el aire por largo tiempo. Mi cuerpo se congeló y mi mente siguió viendo ese cuerpo desnudo, frágil y perfecto, hasta quedarme esa noche dormido y cientos de noches más.
Le llamaban el fantasma de la mujer desnuda. Muchos hombres decían haberla visto en diferentes lugares de ese pueblo, perdido entre montañas y espesuras en el centro de la cordillera. Se aparecía cuando menos la esperaban. Siempre de noche, en parajes solitarios o poblados, dejando ese frío que calaba los huesos y esa tristeza que poblaba su espíritu, o lo que fuera. ¿Quién era? ¿Cuál era su propósito al inmiscuirse en la vida de los hombres y mujeres de ese pueblo? ¿Por qué estaba siempre desnuda?
Muchas veces trataron de seguirla, pero su andar era de vuelo. Tan rápido, que flotaba entre las casas y los árboles, entre ríos y montañas, por caminos en los que apenas se podía caminar.
Han pasado años desde que dejé ese pueblo olvidado de Dios y de otros hombres. Regreso y aún hoy, después de veinte años, se habla del fantasma. Seguía apareciendo, ahora con menos frecuencia. Aún se colaba por las fincas, entre los animales, en la espesura de algunos lugares. Su perfume se desvanecía más rápido que su recuerdo.
Regreso al pueblo de mi infancia buscando respuestas. Regreso para buscarme, para buscar mis raíces. Regreso a escribir mi libro, el que dejé incompleto al abandonar el pueblo. Mi familia vive aquí. Apenas encuentro algunos conocidos. La casa de mis abuelos aún se conserva. La adapto a mi vida cotidiana.
Pasan los días. En las noches, busco en los alrededores el fantasma misterioso. Una noche, sentado en el balcón de la casa ancestral, la veo pasar. Descalza de la cabeza a los pies, me mira. Es una mirada triste, enigmática, fría. Su mirada me envuelve. Su belleza me subyuga.
Su caminar ahora es lento. Me sonríe. Le devuelvo la sonrisa. Me tiende los brazos. Voy hacia ella. La abrazo. Me abraza. Busco en su boca el sabor de la nostalgia y en su cuerpo el calor de los años. Su boca tiene un sabor dulzón que enciende mis labios y mis sentidos. Mi cuerpo es todo un recinto de sensaciones. El amor renace al contacto de su piel. En sus brazos siento que estoy vivo, que todo lo pasado hasta ese momento no tiene sentido. Me siento feliz, completo. Esa hermosa mujer desnuda me hace sentir hombre de nuevo. La sangre corre a galope por mis venas. Mi cuerpo se nutre de ella. Renazco en un mundo desconocido y eterno. La mujer desnuda me envuelve con su cuerpo, me nutre con su aliento. Y yo le doy el mío, en reciprocidad.
Ser mujer y desnudarse ante el mundo a través de la palabra, no es fácil. Mas, aquí está el siglo XXI, desbaratando y enterrando ritos y mitos. La llaga a ratos sangra, a ratos sana. El antibiótico de la esencia femenina trabaja. Esperemos la cura total de la humanidad.
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