Cita a ciegas
2
¿Qué le llamó la atención de aquel nick? Nunca lo supo. Sólo que le habló aquel día por pura curiosidad. Fue grata su conversación, la cultura que se desprendía de aquella personalidad. Siempre le había llamado la atención los hombres cultos, que supieran expresarse y sobre todo que tuvieran conversaciones interesantes, amenas y variadas. Así era él.
Su nick era “Lobo”. Desde el primer instante congeniaron, cibernéticamente hablando. Él le contó aspectos sobre su vida que la impresionaron, ella a su vez le contó de la suya lo que le convenía. Comenzaron a intercambiar cartas de amor y poco a poco, ella iba descubriendo la personalidad del que en última instancia se iba convertir en su amante cibernético.
No tardó mucho en averiguar quién era. Supo de ese político tan importante que se moría por estar con ella. Ocupaba un alto puesto en el gobierno y en varios meses correría para otro cargo mucho más importante. Era casado, con hijos adolescentes. Un político incorrupto, honesto, trabajador, buen padre y esposo.
Comprendió que por más que se enamoraran la vida de él no cambiaría a menos que renunciara a todo por ella. ¿Sería él capaz? ¿Lo permitiría, en todo caso, ella? Ella, que también tenía una vida ya hecha, una familia, unos hijos. Sabía que no sería capaz de dañar a otra persona. Pero también sabía que amaba aquel hombre con un amor avasallador. Un amor que se nutrió de palabras salidas del corazón, del espíritu, del alma. Por eso, quizás, era más fuerte que cualquier otro vivido antes. Allí no importaba tanto lo físico, sino los sentimientos, lo verdadero, lo que nos hace ser lo que somos, nuestra interioridad. Se descubrió a sí misma amando, deseando, soñando, olvidándose de compromisos y deberes contraídos. Muchas veces estuvo a punto de revelarle quién era, pero lograba controlarse, lo hacía por él y por los suyos.
El amor siguió creciendo, nutriéndose más de deseos y de sueños. Algunas ocasiones lo espiaba, lo seguía con la mirada, sin acercarse. Sus ojos se inflamaban de amor. Podría acercarse, decirle quien era, pero seguía allí, pegada al piso, observándolo. ¡Sabía ya tanto de él! Sus secretos, sus miedos, sus gustos más íntimos. Si hablara, si sólo llamara a algun paparazzi o chismólogo, destruiría su carrera y tal vez entonces él correría a sus brazos. Pero nunca lo haría. ¿Cómo hacerle daño si lo amaba?
Una noche en que se declaraban ese amor tan inmenso que sentía el uno por el otro, comenzaron a encontrarse mentalmente, a besarse, a desnudarse y se encendieron en la hoguera del sexo cibernético. El amor los llevaba, el deseo los transformaba. Y fue así que conocieron el otro lado del ciber espacio. Todo fue más intenso, más desafiante, que un encuentro real. Se hicieron y dijeron cosas que quizás nunca se hicieran realmente. Sin embargo quedó el deseo de hacerlo. Noches después él obtuvo de ella el sí para el encuentro.
Pero ella puso las reglas. Se verían en un hotel a oscuras. A todo él dijo que sí. Sólo deseaba estar a su lado, sentir su piel, amarse como en el ciberespacio.
Lo acordado sucedió. Al sentirlo cerca su boca lo buscó como si siempre hubiese conocido la anatomía completa de ese hombre, sus lugares más excitantes. Lo besó, lo lamió, lo chupó y fue de él como tantas veces lo soñó. Fueron momentos de sexo real, de dolor compartido, de amor secreto. Ella sintió en ese instante que ese hombre le pertenecía, que era suyo y que nada ni nadie los podía separar. Estaban incrustados el uno en el otro, no solo sexualmente, sino también espiritualmente. No importaba familia ni partidos políticos, chismes o problemas económicos, si era de día o de noche, si estaba nublado o hacía un sol radiante. Cabalgaba sobre él, sentía su sexo penetrarla, rompiendo metafóricamente su cuerpo, pero también sentía su corazón como lloraba, como se resquebrajaba. Había amado el espíritu, la mente, la forma de ser de ese hombre, como nunca había amado a uno real y ahora comprendía que también amaba su físico, su forma de amor carnal, sus latidos, sus gemidos, su forma de respirar y hasta su forma de reaccionar al llegar al orgasmo.
Entró al baño y comprendió que si no se marchaba en ese momento y salía de la vida de aquel hombre en ese instante, la vida de ambos quedaría arruinada para siempre. Era ese el justo instante para huir, sin mirarlo, sin dejarlo hablar. Lo amaba más de lo que imaginaba, por eso debía dejarlo ir, renunciar a él. Se vistió rápidamente y salió. Sólo balbuceó unas palabras y un último: “te amaré para siempre”, mientras él la miraba extrañado. Salió a la calle donde el viento nocturno se llevó sus lágrimas y las estrellas y la luna guardarían su secreto de amor con aquel hombre que pronto regiría el destino de su país.
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¿Qué le llamó la atención de aquel nick? Nunca lo supo. Sólo que le habló aquel día por pura curiosidad. Fue grata su conversación, la cultura que se desprendía de aquella personalidad. Siempre le había llamado la atención los hombres cultos, que supieran expresarse y sobre todo que tuvieran conversaciones interesantes, amenas y variadas. Así era él.
Su nick era “Lobo”. Desde el primer instante congeniaron, cibernéticamente hablando. Él le contó aspectos sobre su vida que la impresionaron, ella a su vez le contó de la suya lo que le convenía. Comenzaron a intercambiar cartas de amor y poco a poco, ella iba descubriendo la personalidad del que en última instancia se iba convertir en su amante cibernético.
No tardó mucho en averiguar quién era. Supo de ese político tan importante que se moría por estar con ella. Ocupaba un alto puesto en el gobierno y en varios meses correría para otro cargo mucho más importante. Era casado, con hijos adolescentes. Un político incorrupto, honesto, trabajador, buen padre y esposo.
Comprendió que por más que se enamoraran la vida de él no cambiaría a menos que renunciara a todo por ella. ¿Sería él capaz? ¿Lo permitiría, en todo caso, ella? Ella, que también tenía una vida ya hecha, una familia, unos hijos. Sabía que no sería capaz de dañar a otra persona. Pero también sabía que amaba aquel hombre con un amor avasallador. Un amor que se nutrió de palabras salidas del corazón, del espíritu, del alma. Por eso, quizás, era más fuerte que cualquier otro vivido antes. Allí no importaba tanto lo físico, sino los sentimientos, lo verdadero, lo que nos hace ser lo que somos, nuestra interioridad. Se descubrió a sí misma amando, deseando, soñando, olvidándose de compromisos y deberes contraídos. Muchas veces estuvo a punto de revelarle quién era, pero lograba controlarse, lo hacía por él y por los suyos.
El amor siguió creciendo, nutriéndose más de deseos y de sueños. Algunas ocasiones lo espiaba, lo seguía con la mirada, sin acercarse. Sus ojos se inflamaban de amor. Podría acercarse, decirle quien era, pero seguía allí, pegada al piso, observándolo. ¡Sabía ya tanto de él! Sus secretos, sus miedos, sus gustos más íntimos. Si hablara, si sólo llamara a algun paparazzi o chismólogo, destruiría su carrera y tal vez entonces él correría a sus brazos. Pero nunca lo haría. ¿Cómo hacerle daño si lo amaba?
Una noche en que se declaraban ese amor tan inmenso que sentía el uno por el otro, comenzaron a encontrarse mentalmente, a besarse, a desnudarse y se encendieron en la hoguera del sexo cibernético. El amor los llevaba, el deseo los transformaba. Y fue así que conocieron el otro lado del ciber espacio. Todo fue más intenso, más desafiante, que un encuentro real. Se hicieron y dijeron cosas que quizás nunca se hicieran realmente. Sin embargo quedó el deseo de hacerlo. Noches después él obtuvo de ella el sí para el encuentro.
Pero ella puso las reglas. Se verían en un hotel a oscuras. A todo él dijo que sí. Sólo deseaba estar a su lado, sentir su piel, amarse como en el ciberespacio.
Lo acordado sucedió. Al sentirlo cerca su boca lo buscó como si siempre hubiese conocido la anatomía completa de ese hombre, sus lugares más excitantes. Lo besó, lo lamió, lo chupó y fue de él como tantas veces lo soñó. Fueron momentos de sexo real, de dolor compartido, de amor secreto. Ella sintió en ese instante que ese hombre le pertenecía, que era suyo y que nada ni nadie los podía separar. Estaban incrustados el uno en el otro, no solo sexualmente, sino también espiritualmente. No importaba familia ni partidos políticos, chismes o problemas económicos, si era de día o de noche, si estaba nublado o hacía un sol radiante. Cabalgaba sobre él, sentía su sexo penetrarla, rompiendo metafóricamente su cuerpo, pero también sentía su corazón como lloraba, como se resquebrajaba. Había amado el espíritu, la mente, la forma de ser de ese hombre, como nunca había amado a uno real y ahora comprendía que también amaba su físico, su forma de amor carnal, sus latidos, sus gemidos, su forma de respirar y hasta su forma de reaccionar al llegar al orgasmo.
Entró al baño y comprendió que si no se marchaba en ese momento y salía de la vida de aquel hombre en ese instante, la vida de ambos quedaría arruinada para siempre. Era ese el justo instante para huir, sin mirarlo, sin dejarlo hablar. Lo amaba más de lo que imaginaba, por eso debía dejarlo ir, renunciar a él. Se vistió rápidamente y salió. Sólo balbuceó unas palabras y un último: “te amaré para siempre”, mientras él la miraba extrañado. Salió a la calle donde el viento nocturno se llevó sus lágrimas y las estrellas y la luna guardarían su secreto de amor con aquel hombre que pronto regiría el destino de su país.
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