miércoles, 3 de enero de 2007

El cuerpo (Mención, FMPR, nov 2005)

El cuerpo

Martín se levantó rápidamente. Tenía una conferencia muy importante a las 8:00 am y no quería llegar tarde. No imaginaba que un tapón colosal lo estaba esperando a pasos de su residencia. Miró a la mujer que conducía el Toyota que estaba a su lado y le hizo señas preguntándole que pasaba. Ella con una mueca le dio a entender que no sabía nada.
El joven del carro amarillo supo que esa mañana no llegaría a tiempo a su examen de química. Después de blasfemar un rato, se puso a oír música.
Los bocinazos retumbaban en todo el expreso. Nadie sabía que ocurría y a medida que el tiempo transcurría más impaciente se ponía la gente.
Martín cambio el radio a una estación de noticias. Tal vez dirían a qué se debía ese maldito tapón. La noticia no se hizo esperar. Habían atropellado a un hombre en plena avenida Las Américas. Pero, ¿A quién se le ocurre cruzar la avenida, y más a esa hora de la mañana en que todos salen de sus casas? Debía ser uno de esos borrachos. Y por culpa de un maldito borracho llegaría tarde a una entrevista en que se jugaba su futuro.
Más tarde Eloísa escuchó que había un cuerpo tirado en la avenida. Un hombre al que habían asesinado de varios disparos. Las drogas – pensó. Un bichote menos en este país arropado por las drogas.
Fue pasando el tiempo. Martín pasó por el carril cerca del cuerpo. Era un hombre joven. Estaba lleno de sangre.
Lidia al pasar vio el cadáver en el otro carril. También vio los casquillos de balas. No había dudas, le habían disparado. Otro muerto más por la ola criminal que azota el país.
Para Carlos fue menos dramático. Pensó que lo habían eliminado por líos de faldas. Siempre y en última instancia las mujeres eran las culpables de las desgracias de los hombres.
Un policía se tomó la iniciativa de tapar el cuerpo. Los automovilistas siguieron pasando por el único carril disponible. Mientras, el cuerpo, tirado en plena avenida, se calentaba bajo el tibio sol del amanecer borincano.

- Hijo, te has pasado toda la noche cuidando a tu mamá. Ya es hora de que descanses.
- ¿Qué hora es, abuelita?
- Las cuatro. Ve a dormir un poco.
- Sólo dos horas. Tengo que ir a buscar el libro de Cálculo a la casa de Julio. Tengo examen a las cuatro y todavía debo leer dos capítulos.
Roberto se acomodó en su cama y un par de horas después su abuela lo despertaba. Salió del residencial hasta llegar a la urbanización donde vivía su amigo. Cuando llegó a la casa de éste le extraño que aún no estuvieran despiertos. Tocó a la puerta, pero nadie respondió. Siguió tocando pero sólo le respondía el silencio. Lo llamó a viva voz, pero sólo le respondió el silencio. Decidió dar la vuelta e ir directo a la ventana del cuarto de su amigo. Tocó en la persiana y nada. Metió la mano y abrió un poco la ventana. Vio un cuerpo en la cama, así que volvió a tocar. El cuerpo no se movió. Abrió más la ventana. Le extrañó que su amigo no le respondiera. Siguió tocando. De pronto un hombre apareció en el umbral de la puerta del cuarto de su amigo. Miró una de sus manos donde un objeto resplandecía con la luz que entraba por la ventana medio abierta. Era una pistola. El tipo le apuntó.
Roberto sintió que el terror lo paralizaba. Logró reponerse y echó a correr.
Siguió corriendo hasta que no pudo más. Cayó en plena avenida. Exhausto se quedó allí, tendido. Su mente le decía que debía ponerse de pie y seguir corriendo. Su madre enferma lo esperaba. Su abuela se preocuparía. Tenía un examen de química esa tarde. Tenía sueños, quería ser doctor, ayudar a su madre enferma, a su abuela que estaba ya muy viejita. Sería el primero de su familia que terminaría una carrera. Lo haría por su madre y su abuela. Ellas se habían sacrificado mucho por él y ahora era tiempo de que él se hiciera cargo de ellas. Quería sacarlas de ese residencial, darles una vida mejor.
Trató de incorporarse. No sabía por que no podía hacerlo. Se sentía bien, pero las fuerzas no le permitían ponerse de pie. Sintió bocinazos, maldiciones, voces. ¿Qué pasaba? ¿Por qué no podía incorporarse?
Recordó que hacía apenas una semana era él el que estaba en un tapón. Venía con su novia y le molestó muchísimo el tapón que le hacía llegar tarde al trabajo. ¡Qué coraje!
Recordó que tenía cita a las nueve con el gerente de la megatienda donde trabajaba. De seguro le iba a aumentar las horas de trabajo. Era un empleado ejemplar. Su disciplina y afán de superación le habían hecho el trabajador del mes de agosto.
Trató de incorporarse de nuevo. Pero tampoco lo logró. Un dolor en el costado le resultó extraño. Y más extraño fue que le taparan con una sábana. ¿Qué pasa? Trató de hablar y no pudo. No salía sonido de sus cuerdas vocales.
Pensó en su madre de nuevo. ¡Pobrecita! Debía comprarle las medicinas. Pero, ¿Qué pasa? ¿Por qué no puedo levantarme de aquí? ¡Quítenme esta sábana!
De pronto algo vino a su memoria. Vio a su amigo de pie junto a él. Le tendía los brazos. Esta vez sí pudo incorporarse. ¡Esta vez sí pudo comprender que estaba muerto!
Esa mañana la primera plana de los noticieros de todo el país fue el asesinato de una familia en una urbanización y la de un joven en la avenida Las Américas. Aún no se sabe si existe relación entre ambos sucesos.

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Mis nietos Ratoncitos preciosos de la mano de Dios. Mis ninitos queridos querubines de Dios. Mis razones de vida mi legado de Dios.