Medrana*
Historia de mujeres
Sintió el golpe seco retumbar varias veces en cada uno de sus dientes. Su quijada vibró. Un fuego doloroso se posesionó de su mandíbula temblorosa. De repente tuvo la certeza de que su cabello se desprendía con todo y piel de su cráneo. El hombre la halaba. Logró ponerse en pie, pero otro golpe en el abdomen la obligó a doblarse. Cuando se dio cuenta de lo que ocurría, ya no sentía. Su mente se refugiaba en senderos oscuros, su piel adolorida, resquebrajada, hinchada, parecía que ya no era la suya. La sangre se dejaba caer de sus labios y de su nariz. Los ojos ya no tenían cabida para la luz. Quiso morir. Sí, morir… morir para dejar de sentir tanto dolor, tanta humillación.
El hombre la miró tirada en el suelo, llena de sangre, hecha un guiñapo de mujer. Trató de acercarse y ella tembló esperando un nuevo golpe. Pero ésta vez, el hombre le dio la espalda y salió a la calle. Quedó allí, en su eterna pesadilla.
Un llanto ahogado llegó a sus oídos haciendo vibrar su corazón de madre. Su hijo se encargó de recordarle que había alguien que la necesitaba. Arrastrándose, fue hacia él. El niño le tendió sus manitas y le sonrió. Lo cogió como pudo. Luego, buscó algunas cosas y se metió en su auto. Debía alejarse de ese hombre maltratante.
Se limpió la cara, trató de abrir los ojos, ya morados por los golpes. Vio los ojitos resplandecientes del perrito de peluche que tenía al frente. Se parecían a veces a los de su hijo, a veces a los de ella. Eran dos ojitos tristes, confidentes. Alguna vez se imaginó que lloraban con ella.
Su amiga Beatriz la recibió con la misma cantaleta de siempre. “Berta, ¿Pero cómo es posible que le permitas llegar a tanto? Tienes que denunciarlo. No es justo para ti, amiga”.
No habló. Sabía que su amiga tenía razón. Pero sería inútil. Lo denunciaba. El prometía cambiar. Ella lo perdonaba. Y más tarde se repetiría la misma historia.
__ Sólo déjame pasar aquí la noche, ¡Por favor!
__ Sabes que ésta es tu casa. Pero repito, es injusto.
¿Qué es justo y que injusto en esta vida? – se preguntó. Había terminado una carrera que no ejercía. Conoció a ese hombre tan inteligente e importante. Se casaron. Él le ofreció todo lo que una chica de su edad podría aspirar: casa, seguridad, amor.
A los tres meses le dijo los primeros insultos. A los cinco le dio la primera bofetada y a los diez meses tuvo su primera incursión al hospital. “Perdóname. No volverá a ocurrir. Te amo tanto.” Frases que se repetían cada vez con mayor frecuencia.
Esta vez Berta se mantuvo firme en su decisión de no volver a su casa. Él insistió en que lo perdonara. “Que iría al psicólogo, al psiquiatra, a donde ella quisiera.” Le llevaba todos los días la leche y los pañales del niño. Hubo días que le llevó flores a ella y juguetes al bebé. Su amiga le decía que no cediera, pero cinco semanas después regresó a la casa.
Fueron meses de casi completa felicidad. Pero, en la mente de Berta, siempre rondaba el miedo. Un día cualquiera él volvería a enfurecerse. Lo que ocurrió tres meses después, la noche del Día de los Enamorados. La invitó a cenar y la estaban pasando divinamente, hasta que un joven se acercó a ella y le preguntó si era familia de una tal Julia. Su hombre en esos momentos salía del baño, la cogió por la mano y la llevó al auto. Con esa calma que precede a un temporal, le preguntó quién era el hombre. Ella no supo decirle. Sin darle tiempo a nada, la agarró del pelo y la tiró contra el frente del carro, una, dos, tres veces; las lágrimas de Berta se mezclaban con su sangre. Siguió castigándola mientras gritaba como desquiciado. “Eres una puta. Igual que la mujer de mi padre. Ya me lo decía él, con las mujeres hay que tener cuidado. Siempre engañan. Pero tú no vas a hacer como mi madre. No me vas a abandonar. Primero te mato.”
Siguió escuchando insultos. Cada vez más lejos… más lejos… y se desmayó.
___ Berta ¿Cómo te encuentras? Mira quien vino a verte.
Su amiga Beatriz estaba allí, con su hijito en brazos. Lo tomó en los suyos. Lo besó. Le prometió miles de cosas, mientras su amiga le daba la noticia.
___ Hoy te dan de alta, así que a tu casa. A cuidar a nuestro niño. Libre de golpes y malos tratos.
___ Sí amiga y a ser feliz.
Berta recordó lo acontecido días atrás. Recordó la golpiza de su marido. El carro deslizándose por la carretera. Su desmayo. Su dolor al recobrar el conocimiento. Más golpes y luego, desde el frente del carro vio como su perrito dálmata caía sobre su hombre. Éste trataba de alejarlo de sí, pero increíblemente el perrito seguía sobre su cara. No sabe si lo vio o lo imaginó, pero unos dientes se clavaron en los ojos de su hombre. Lo oyó gritar, mientras el carro rodaba por la pendiente. Y en un momento sintió como su perrito de peluche… ¿de peluche?... caía sobre ella y la sacaba fuera del carro. Así la encontraron: tirada, golpeada, casi muerta… y el perrito de peluche a su lado. El cadáver de su esposo estaba irreconocible.
Berta recogió sus cosas. Tomó a su hijo en brazos. Miró el buró y con la mano derecha tomó al muñequito de peluche y lo colocó sobre el pecho de su hijo.
Brígida escuchó un “gracias” y pensó que esa palabra iba dirigida a ella.
* Miedo, terror
Ser mujer y desnudarse ante el mundo a través de la palabra, no es fácil. Mas, aquí está el siglo XXI, desbaratando y enterrando ritos y mitos. La llaga a ratos sangra, a ratos sana. El antibiótico de la esencia femenina trabaja. Esperemos la cura total de la humanidad.
miércoles, 3 de enero de 2007
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